Mamá Inés había muerto y la gran casona se sentía tan sola y vacía.
— ¡Vamos a hacerlo!— me dije armándome de valor, agarré la enorme bolsa plástica de basura negra y caminé hacia el ático.
Era un espacio oscuro y el olor a humedad y a polvo era casi asfixiante. Mis manos tropezaron con una cadenita que colgaba del techo y que al halarla se hizo la luz luego de un ‘clic’.
Al otro extremo del ático había un baúl antiguo de madera. Estaba repleto de cosas viejas y recuerdos de la abuela: su vestido de novia, un álbum de fotos y un sobre amarillento que contenía una carta adentro. Yo la leía sosteniéndola en mis manos temblorosas.
‘Querida Ana… si estás leyendo esta carta… ¡Corre! ¡Está detrás de ti!’
Solté el papel y el sobre aterrada y al girarme algo me golpeó en la cabeza. Entonces, la oscuridad me envolvió con su dulce manto.