Cuando alguien extraño a mí intenta acercarse demasiado, me siento incómodo y reacciono de la peor forma: lanzando un golpe de puño o mandando a esa persona a la mierda. El único contacto que no me molesta es el que mi propio cuerpo ha pedido. Odio sentarme al lado de alguien en los autobuses. Odio que alguien a quien no veo con frecuencia me abrace durante más de tres segundos. Cuando tengo que saludar con un beso en la mejilla a cualquiera, doy el beso como si sus mejillas fueran un foco infeccioso: me acerco y me alejo en el acto. Pocas personas se dan cuenta de que detesto el contacto con la gente. Supongo que cuando muera y alguien deba vestir mi cadáver, aún quedará en el ambiente aquella terrible incomodidad.
Contacto humano (Jonathan Paúl Álvarez Torres)
