Él siempre fue un hombre fuerte y valiente, pero desde que la enfermedad llegó a su vida hace unos dos años nunca recuperó su valentía. Enfrentarse a la muerte era lo que había estado temiendo toda su vida sin saberlo. Nos reunió a todos y nos dejo su mensaje personalizado, no podríamos olvidarlo nunca y se cercioró:
– Hijo, Sé lo de tu adicción a las drogas y lo de las diez mil pesetas del 99. Te perdono.- Mi padre no dijo nada, lloró.
– Teresa, no mereces a este hombre, si algún día lo dejas te dejo la casa de la pradera en herencia para lo que convengas. Podría ser una excelente casa de huéspedes.
– Edu, no tienes buen corazón, eres como tu abuela, pero te quiero como la quise a ella.- Mi hermano era especial.
Y por fin me tocaba a mí…
– Sandra. Estás embarazada. Será un bebe afortunado.- De repente sentí todas las miradas encima de mí. Mi padre reflejaba rabia, pero no era el momento. El abuelo seguía hablando…
Sabed que a Isabel, la del estanco, la he amado toda mi vida…
Confesiones (Diana Paulino Rocha)
