Ella no había tenido una vida perfecta. A decir verdad, nadie en este mundo la tiene, pero ella creía y sigue creyendo que todo lo bueno que está destinado a ser suyo acaba desviándose hacia otra dirección y hacia otras personas. Yo, personalmente, todavía no la había conocido cuando ese supuesto aluvión de desdichas se acumuló en su camino, sin embargo, me he podido hacer una idea gracias a los murmullos y quejas a regañadientes que deja escapar cuando piensa que nadie le escucha. Quizás yo no llegué a su vida en el momento más oportuno, pero poco a poco me he convertido en su gran confidente, aunque, en ocasiones, no entienda sobre qué me habla y prefiera adivinar su estado de ánimo por la velocidad de los latidos de su corazón. Afortunadamente, por fin el otro día se sentó, puso sus manos sobre mí y me confesó que quería que los dos juntos, ella y yo, empezáramos desde cero. Sé que no escuchó mi respuesta, pero yo, desde el interior de su vientre, respondí: “Claro que sí, mamá.”
Claro que sí (Nora)
