Esta mañana cuando abrí los ojos la miré. Con la luz de sol entrando por las rendijas de las contraventanas su figura a contraluz se grabó en mi retina, de modo que apretando con fuerza los párpados podía seguir viéndola.
Se esperaba un día largo que al final pasaría demasiado rápido y se haría corto. Me despedí de ella cuando aún la luz del amanecer daba a sus cabellos tonos anaranjados, nos volveríamos a encontrar en el altar improvisado en el jardín del Pazo de su familia.
Llegaba sin nervios, tenía todavía cerca de una hora para ponerme el traje y en treinta minutos estarían todos los invitados en el jardín. Cuando me quise dar cuenta ya me habían llamado dos veces para bajar.
Llegué cinco minutos antes que ella, los arbustos frondosos que separaban el jardín se agarraban con fuerza unos a otros para guardar el secreto de su presencia hasta que estuvo a escasos metros.
Estaba aquí, llegando a mí y nunca fui tan feliz como en aquel encuentro.
Cinco Minutos (Cristina García Fernández-Miranda)
