Después del baño y el aplique de perfume, artistas de exquisita técnica maquillaron el rostro de la joven mujer. Habilidosas manos le tejieron un peinado que recordaba a épocas de frescas doncellas en noches veraniegas. Vistieron su piel con seda dorada y, para terminar, sujetaron en sus manos un pequeño ramo silvestre. Todo estaba listo.
Las puertas dobles se abrieron y el invierno se tiñó de esencias primaverales. En silencio, los invitados fueron llegando con andar parsimonioso. Allí, la joven mujer, recostada sobre su descanso, los recibió con la tranquilidad, absurda y genuina, de los muertos en su velatorio.
Ceremonia (Marcos Llemes)
