Encontramos su cuerpo al cabo de unos días. Nadie puede resistir demasiado en el desierto, sin agua ni comida.
¿Cómo habrían sido sus últimos momentos?
Me acosté junto a su cuerpo, exactamente en su misma posición: de cara al celeste excesivo, piernas y brazos extendidos, la mano derecha atenazando una piedra.
Ante la inminencia de la muerte, en un acto de estéril magnanimidad ¿trató de salvarla de su inexorable destino de polvareda?
¿Acaso fue la única con la que pudo establecer un diálogo postrero?
-Voy a morir.
-Porque tuviste la dicha de vivir.
-¿Me envidias?
-Sí ¿Y tú, a cambio de preservar tu forma renunciarías a eso que llaman conciencia?
-¿No sabes que eres una piedra?
-Ahora, porque tú me lo dices.
-En eso no te diferencias de los hombres. Sabemos que lo somos y cómo somos porque otros nos lo dicen.
Compartían otra semejanza: dentro de algunos millones de años también ella desaparecerá. Mientras tanto la unimos con cemento a la lápida.
De cara al celeste excesivo (Juan Gaudenzi)
