Vivo en una pequeña porción de tierra infértil en la que no crece ni respira nada; solo reconozco rocas pálidas y oscuras que cubren mi único suelo y desgarran rutinariamente la carne a la que he sido desterrado. El agua que me rodea es densa, gélida y negruzca. No percibo tufos ni fragancias más que los que emana mi aliento rancio y mortecino, aunque el líquido sabe a vísceras marinas. Es incontenible, al igual que mi deseo por ingerirlo a diario. Asimismo, lo vomito. Y clavo mi carne desabrigada en los dientes de piedra para ver cómo sangra, porque es el único modo de confirmar que sigo vivo. He intentado nadar muchas veces lejos de aquí, pero mi sustancia termina cayendo en una espesura opaca. Y siempre me despierto sobre las mismas rocas. La humillación es mi tortura; una compunción que martiriza mi patética existencia. Permanezco como un detrito encerrado en este viejo albañal, sentenciado por una raza miedosa e ignorante.
Cáncer (Sergio Cuesta Fuente)
