Cuando despierta el sol, él aparece.
Cruza la polvorienta avenida, y camina entre los pinos por su sendero favorito.
Desde lo alto, un aguilucho busca su presa.
El mar lo ve llegar y hace una reverencia quebrando las olas.
Él, viendo su alargada sombra en la arena, camina… Camina sin parar; con la cabeza en alto y la mirada perdida en un lejano punto del horizonte.
Una tras otra, sus huellas quedan en la arena.
El agua de su cantimplora ya no está fresca, pero bebe para poder seguir.
Un negro y brillante acantilado, lo ve llegar.
Él camina…enormes rocas desboronadas, dificultan su paso.
Filosos corales, lastiman sus pies; él camina, ahora internándose en el mar.
Al margen del profundo canal; ahí, ha dejado de caminar.
Las olas golpean su cuerpo.
Un coro de peces le da la bienvenida, albatros y gaviotas vuelan en su honor; como todos los días desde hace tres veranos, cuando vieron que un caminante desconocido, entregaba al viento las cenizas de su hijo.