Aquel hombre era silencioso, solo observaba, apenas hablaba.
—Pequeña —dijo alargando el brazo—, ¿cuántos años tienes?
—Cinco, señor.
Pequeña miró el puño cerrado.
—Esto es para ti —abrió la mano, dejando ver un pequeño botón.
Ana recorre la calle, han pasado veinte años y aun conserva el diminuto botón: siempre lo lleva consigo. Buscó en su bolsillo y lo agarró con fuerza mientras esperaba en un paso de cebra.
—Pequeña —escuchó a su espalda—, mira el botón.
Se giró, pero no vio a nadie. Sacó su mano del pantalón y la abrió. Allí estaba, pequeño, gris, de solo dos agujeros.
El semáforo cambió y las personas que esperaban iniciaron su marcha. Sintió un golpe y el botón se deslizó de su mano.
—¡Mierda! ¿Dónde has ido a parar?
Lo vio rodar y detenerse junto al zapato de hombre sentado a la mesa de un bar: corrió a buscarlo.
Un estruendo, gritos, lamentos, un autobús sin frenos.
—Pequeña —dijo alargando el brazo—, ¿me das el botón?
Destino es silencioso, solo observa, apenas habla.
El botón (Paula Treides)
