Solamente una vez sentí ganas de ir al dentista y fue movido por la curiosidad, luego de aquella llamada de su asistente en la que me proporcionaba una cita, sin escuchar mi “Debe haber un error, señorita” y despidiéndose con un “Lo esperamos, Vicente,” cordial y apurado. El colmo, concurrir a una cita para otro Vicente González, pero a mi edad pelear por teléfono es mucho menos saludable que caminar hasta el consultorio. En el camino fui elucubrando frases ingeniosas, todas con una sonrisa, para largarles al doctor y su secretaria cuando me vieran y se dieran cuenta del error. Se hizo corto el trayecto porque, ensimismado en mis pensamientos, pronto estaba adentro y fue el propio odontólogo— con un gesto que me hizo acordar a alguien— quien abrió la puerta. Todavía creo sangrar por las encías al recordar cómo me miró a los ojos, se sacó los guantes y susurró: “Quería verte, papá”.
De boca abierta (Lucía Borsani)

Me encantó ,sorprende el final !
Hermoso minicuento!Quede de boca abierta!