Aquellos dos perrazos sorprendieron a Beatriz cuando regresaba en bicicleta de la escuela. Acompañando su carrera de furiosos ladridos, se dirigían velozmente hacia ella. La muchacha, atemorizada, giró bruscamente la bicicleta, cogió el sendero de tierra que conducía al río y pedaleó con todas sus fuerzas.
Pero los perros parecían volar sobre los matorrales y Beatriz oía sus ladridos cada vez más cerca. Cuando llegó al puente que cruzaba el arroyo, casi sentía ya el aliento de las bestias en su cogote. Sólo quedaba una solución: saltar desde el puente al río.
Dejó tirada la bicicleta y se encaramó a la barandilla del puente. Desconocía si la profundidad de las aguas sería suficiente para amortiguar su caída. Si el río era lo bastante profundo, se salvaría; si no lo era, moriría. Los perros asomaron rabiosos por la entrada del puente. La muchacha los miró aterrada unos segundos. Después, con un grito desesperado, se lanzó al río.
Beatriz y los perros (Raúl Mateos Barrena)
