Entonces cerré los ojos. Tomé todo el aire que cupo en mis pulmones. Tensé mi espalda, mi vientre y mis brazos. Mi mano buscaba, en mi costado, tal vez la empuñadura de una espada. Presto a la batalla, sin nada apenas que perder y SIN nada que ganar. Y todo comenzó. Las palabras me golpearon sin ninguna piedad: timidez, vergüenza, desconfianza. Esquivé como pude y lancé mi débil contraataque con curiosidad, paciencia y esperanza. Más todo en vano. La angustia hizo mella en mis fuerzas, el desamparo bajó mi guardia, la inseguridad hizo inútiles mis ataques. Malamente el interés me mantuvo en pie. Para nada. Y una horda de desolación y humillación y desamparo y añoranza, me golpeó, una y otra vez. De nada sirvió mi compasión contra las garras crueles de la mezquindad y la pereza. Me rindió el miedo, sin cuartel, dejando a la melancolía dar el último zarpazo que me arrancó la vida.
Batalla (José David Herrero Morín)
