Después de cometer lo indecible arrastré el cuerpo inerte varios metros, hasta llegar (quién lo diría) exhausto, jadeante, torpe, hasta el maletero del coche. Conduje varios kilómetros y me dispuse a sepultarlo en la fosa preparada de antemano: un agujero apenas, en un lugar boscoso lejos de la autovía. A pesar del cansancio y del estado nervioso que por momentos me consumía, conseguí rápido mi objetivo, pues el tímido sol de otoño se escabullía ya entre las últimas copas de los árboles, dejando en el ambiente un aire fúnebre y fatal, propicio a las sombras nocturnas……
……Ahora que estoy entre rejas siento un pesar infinito, una sincera pesadumbre, aunque nadie me crea.