El reo se dirigía en silencio por un oscuro corredor que lo llevaba hacia el lugar donde sería ejecutado a la vista de los familiares de sus víctimas. Su verdugo lo esperaba a la hora 10, a la hora que él siempre había elegido para matar, como así lo decía su largo y jugoso prontuario. Esta vez sería el reo el que moriría, como si fuese el último de una gran serie de crímenes impecablemente ejecutados. Ahí estaba el asesino, frente a las miradas que exigían justicia y nunca perdón. Ahí estaba, indefenso, como sus mártires frente a él.
Antes de llevar a cabo la sentencia le dicen al reo si quiere decir algo, si quiere pedir un último deseo. Responde que sí y sentencia a viva voz:
-No quiero morir en la silla eléctrica.
El verdugo accede a su petición y lo ejecuta a las 10, pero con un balazo en el pecho, con una precisión y destreza admirables, como sólo un asesino serial puede hacerlo.
Asesino serial (Gabriel Falconi)
