Me alivia el ruido estruendoso del cortacésped del vecino, suele cortarlo un día por semana, preferentemente los martes. Es el que escojo yo, para tumbarme al sol en la hamaca. Lo más cerca posible de los setos colindantes.
Siempre hago el mismo ritual, me descalzo en la cocina, dejo meticulosamente colocados los zapatos debajo de una de las sillas. El contacto con el azulejo me produce un escalofrío al que no acabo de acostumbrarme. Después salgo al jardín y el césped frondoso me acoge, besando mis pies.
Mientras espero, me deleito pensando en el ruido ensordecedor del cortacésped, que no tardará en hacer acto de presencia. Es un ruido tan intenso que aplaca las voces de mi interior y por fin tengo un rato de paz a la semana. Yo y el resto de la humanidad.
Parece que hoy el vecino ha cambiado de planes.
Un sudor frío recorre mi cuerpo mientras me acerco de puntillas para ver entre los setos. Allí estás tú, frente al ordenador, leyendo algo atentamente. Oyes un ruido a tu espalda.
El asesino (Alejandra Rusell Giráldez)
