Lope era un buzo de escafandra al que le gustaba el licor en palanganas que vendían en Puerto Caribe. Sus ojos que viajaban rítmicamente desde las tinieblas hacia el día, animaban hasta la tumba del marino desconocido, al lado del astillero de barcazas. Vivía en una lancha sardinera con hamacas colgadas en la cubierta salitrosa, junto a una cava para los atunes y la golosa cuchara en forma de red, que desde el mástil carcajeaba jubilosa cada vez que las anchoas emergían desde el azul señorial. Descendía hasta 20 metros de profundidad, 3 horas en la mañana y otras 3 en la tarde, para recoger ostras-perlas para los ingleses en las frías aguas orientales. Hasta el día en que casi muere asfixiado cuando el compresor manual de aire se dañó y el traje de caucho se rompió, perdiendo los plomos que llevaba en el pecho y en la espalda. Convirtiéndose con su casco de bronce de Goliat, esferitas brillantes y armadura desvencijada, en una auténtica marioneta del mar y arlequín de las profundidades.
Arlequín de las profundidades (Pedro Antonuccio Sanó)
