Una nueva carta en el buzón. En el remitente, con excelente caligrafía, leo: “Teresa Sanz”. De inmediato me viene a la mente el recuerdo de una de mis alumnas de educación física más negadas de quinto curso. Para cerciorarme, antes de abrir la carta, ojeo el álbum de fotografías. Y, efectivamente, en la promoción 1995-1996 ahí está ella, la tercera empezando por la izquierda. Era una alumna tan peculiar, siempre se enfadaba cuando el resto de compañeros querían jugar al fútbol o al baloncesto. Nunca participaba, le decían que odiaba el deporte. Sólo los días de lluvia corría a deslizarse por el patio o, a veces, la veía hacer movimientos con brazos y piernas en el gimnasio. La verdad es que me tuvo muy preocupado hasta que, finalmente, un día decidí sentarme a hablar con ella. Y, entonces, descubrí todo. No le faltaban objetivos, le faltaba apoyo. Hoy, veinte años después, leo en la carta orgulloso: “Para aquel que creyó que podría convertirme en la patinadora olímpica que ahora soy.”
Aposté por ti (Nora Pérez)
