Él la amaba, más allá de cualquier pensamiento racional. Ella no. Era una bruja, y lo utilizaba para desahogarse cuando las cosas le salían mal. Le gritaba, lo maltrataba, lo dejaba siempre con la boca abierta por los creativos insultos que le dedicaba.
Pero él la amaba. Hubiera hecho cualquier cosa por ella. Ella lo mandaba a comprar artículos extraños a tiendas aún más extrañas ubicadas en barrios detestables. Él iba y compraba todo con su propio dinero.
Más de una vez tuvo que deshacerse de un cadáver. Ella le ordenaba tirarlos al río. Él lo hacía. Pero toda persona tiene un límite. Un día ella le ordenó que matara a alguien. Él se negó. Ella, con todo su desprecio, le dijo que no quería verlo más.
El cadáver de la bruja apareció en el río luego de dos semanas en las que nada se supo de ella. Él se apenó al conocer la noticia y de sus ojos se desprendieron dos lágrimas que lentamente fueron cayendo. Sin embargo, en sus ojos brillaba una auténtica luz de alegría.
Amor verdadero (Rolando Castillo)
