No querrás pasar tus últimas noches tosiendo como un condenado, te dice Belinda, la enfermera que te tiras cada sábado en el motel Ringo Star. Todos nacemos condenados, le dices mientras Belinda retira el preservativo de tu pene con los dedos de los pies. Te enamoraste del humo del cigarrillo desde los trece años, cuando Rosita te convidó a un pitillo y te hiciste el machote y tu alma y el humo experimentaron el amor a la primera calada, y tosiste, y suplicaste a Rosita que te hiciera el boca a boca y Rosita se puso muy nerviosa y una cosa llevó a la otra y terminasteis por fumaros los labios. Luego, llegó su tío, un ajedrecista chiflado al que su tía había abandonado hacía un par de días, y abrió la puerta y os dijo que el amor era el más maravilloso de los sueños o que tenía tanto sueño que por nada del mundo osaría comeros el tarro con gilipolleces de adulto sensato y tras un par de besos eléctricos os quedasteis planchados uno encima del otro como dos colillas chamuscadas.
Amor a la primera calada (Inocencio Javier Hernández Pérez)
