Son las siete. Ambrosio despierta y ve el curioso sobre. Ahora recuerda. Ha llegado la hora. Ansioso se ducha, se viste, se peina, y, como cada mañana, baja a la cafetería. Hace tiempo que le escribe a aquella huidiza vecina, de mirada intensa y pelo canoso, solitaria y envuelta en vapores de misterio. Ahora, después de mucho tiempo, le aceptará el café y la caminata por el parque. Ambrosio, expectante, aguarda. Finalmente la ve, de pie, frente a él, con una sonrisa serena en el rostro. Loco de contento, no hace más que hablar y hablar, para aquellos ojos que saben mirar como nadie. Cuando se dirigen al parque, sigue sin saber nada de su acompañante. Llegan al banco favorito de Ambrosio, el que ofrece las mejores vistas. Caramba, dice, qué regalo de cumpleaños. Justo hoy, mujer, me citas para el encuentro. Ella asiente con la cabeza, nada sorprendida por el dato. Acerca su mano izquierda al pecho del anciano y suaviza esos latidos, hasta que reposan, eternamente.
El sobre amarillo (Liliana García Wenninger)
