¡Tú no eres mi líder! dijo una de las alimañas de la arpía
Todas las avestruces se quedaron estupefactas. Comenzaba el linchamiento.
¡Qué repugnante e injusto era aquello! pero las avestruces decidieron meter la cabeza debajo de la tierra para hacer que no veían aquel destrozo.
La arpía buscaba piedras para poder lanzar y se las daba a sus alimañas para que las tirasen por ella mientras se relamía sus dientes podridos con una sonrisa en la comisura de sus labios purulentos.
La comadreja aprovechaba para cizañear contra las presas, mientras la arpía estuviese de su lado podría hacerlo y salir impune.
Durante un rato machacaron e hirieron a las presas pero estas pudieron escapar.
Así que la arpía, las alimañas y la comadreja tuvieron que empezar a morderse entre ellos porque el mal cuando no tiene enemigos nobles a los que atacar, termina por dañarse a si mismo.