Desde que empezó el año, cada vez que se paraba delante de un espejo, oía la voz de su abuela, susurrando en un tono dulce, casi infantil: «agarra una sierra de mano y córtate las piernas». Decidió aguantar hasta julio. El primer día de vacaciones vendió la moto y anduvo cuarenta kilómetros de carretera hasta la casa del pueblo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó la madre al verla aparecer —. Este sitio en verano es un puto horno.
—La abuela y su humor negro… ¡No puedo vivir así!
—Lo sé. Tu padre y yo tampoco lo estamos pasando bien. Cada vez que nos miramos en los espejos la oímos decir: «arrancaos los deditos con unas tenazas y arrojadlos por la taza del váter».
—¿A mi hermano también le ocurre?
—Sí, con él le ha dado por los brazos, claro, no podía ser de otra forma.
—Os dije que muerta iba a dar más problemas que viva. Y, por supuesto, hacerlo entre todos fue la peor idea posible.
—¿Y qué propones?
—Hay que desenterrarla y volverla a montar.
Actividades en familia (Judith Bosch)
