Llego y te beso, pongo de mí todo lo que queda en ese gesto, y a pesar de todo mi empeño, no resulta ser lo que espero.
Me sabe amargo pero sigo besando, lo sigo intentando, esperando. Espero que solo sea el resto de lo que vino antes que esto, de tanto tiempo sin ti, de tanto tiempo de no tenerte y echarte de menos.
Pero el amargo se torna ácido y este beso empieza a doler; y aunque no quiero hacerlo, debo. Me separo, miro hacia abajo, porque mirar lo que dejo atrás me hace daño. Me doy la vuelta dispuesta, salgo por la puerta. No necesito más pruebas de que no queda nada que salvar al otro lado de ésta.