Nada te distrae. Ni el chocar de las copas ni el ir y venir de los meseros ofreciendo canapés y bebidas a esta gente que juega a estar de fiesta. El recorrido de tus ojos deja atrás esta sala para meterse en la espesura de tus pensamientos. La fiesta continúa: besos y abrazos por un lado; por el otro, narices recién empolvadas. Noche de escotes y fracs, perfumada de gala. Te saludan. Una sonrisa mecánica se dibuja en tus labios y desaparece cuando se dan la media vuelta y te dejan de nuevo en la llanura dónde estás. Te ofrecen un whisky: le das un trago. El fuego del alcohol se desliza por tu garganta. Enciendes un cigarro, intentas perfilar el rostro de otro tiempo, evocas el pasado, pero el humo es denso, no ves. Los invitados bailan al son de sus urgencias. Todo se mueve menos las horas paralíticas que se instalan en la noche y la noche se hace vieja. Aquí siguen todos menos tú. Tú que estás parada frente a un páramo desierto donde hace unas horas te fuiste a buscar.
Llanura (Sofía Mercado)
