Levanta la tapa e introduce la cabeza. El olor nauseabundo parece no afectarlo, sus manos gélidas se mueven mecánicamente. Su tacto, al igual que su olfato, están adormecidos pero su cuerpo responde al instinto de búsqueda con precisión. En el contenedor, los restos de suciedad y podredumbre conforman una masa amorfa de residuos de vidas.
La escena se repite entre esquina y esquina, hora tras hora y día tras día. Infinitos cuerpos, en todos los climas y la misma necesidad, encontrando en algún lugar de ese inmundo receptáculo, entre las sobras de otras existencias, algo que los siga manteniendo en pie.
Vidas Residuales (María Pía Lando)
