Llega el invierno y una familia de erizos decide buscarse un refugio más cálido. Así que mamá y papá erizo, junto a sus nueve hijos, hacen las maletas y se ponen a ello.
Para su fortuna, tratar de encontrar un nuevo hogar no les va a resultar tan tedioso como suele serlo para la mayoría de nosotros: no tendrán que estar los erizos horas frente al ordenador consultando Internet ni lidiar con inmobiliarias y arrendadores que piden exageradísimas fianzas o avales bancarios imposibles. Aunque, ahora que lo pienso, no recuerdo exactamente si los erizos se decantaban por la compra o si preferían el alquiler. En cualquier caso, lo que esta búsqueda supone para ellos es una aventura llena de encuentros sorprendentes. Con un topo cegato y deseoso de conocer los misterios que encierra la Enciclopedia Británica, por ejemplo. O con una cigüeña rezagada que tiene que saldar su nido a toda prisa para poder volar en busca de su grupo de amigas que ya se dirigen en migración hacia África. Y me paro aquí y no explico nada más de sus peripecias para no acercarme peligrosamente al spoiler. Leed el libro y veréis todo lo que le pueda llegar a suceder a un erizo cuando tiene que buscar casa.
Los responsables de esta fábula tierna e inteligente son Ángel Domingo y Mercè López. Ángel, a las palabras, creando desde la primera frase un pequeño mecanismo de precisión, un artificio narrativo perfecto lleno de humor y de ironía. Mientras que Mercè, a los pinceles, es la encargada de trazar (con una sensibilidad que a menudo sobrecoge) la personalidad de cada uno de los erizos que forman parte de esta singular familia en el que no faltan músicos, fanáticos del land-art y de las flores, el dormilón que se queda frito hasta en los lugares más insospechados, una pareja de deportistas que practican aikido, e incluso un pequeño erizo hiperactivo y desternillante al que no puedo dejar de verle cierto parecido con el entrañable Spud de Trainspotting.
No acostumbro a leer libros infantiles o juveniles. Pero debo decir que he disfrutado tanto leyendo La casa de los erizos como con cualquier otra narración explícitamente adulta que me haya gustado. Y al preguntarme por qué, de pronto me he acordado de eso de lo que solía quejarse Bioy Casares respecto a las novelas de su país y de una época, cuando afirmaba que a algunos escritores parecía olvidárseles a veces cual era el propósito primordial de su profesión: contar cuentos. Porque en las páginas de esta pequeña joya es fundamentalmente lo que nos vamos a encontrar: un cuento estupendo muy bien narrado e ilustrado. Sin trampa y con cartoné. Para leérselo a los peques de la casa o para que sean ellos mismos quienes se acerquen por su cuenta y riesgo a esta historia.
La recomendación, por supuesto, es extensible a parejas sin hijos, o a solterones, alérgicos a la infancia, de cualquier tipo, tamaño y edad. Pues como suele suceder siempre con los buenos libros, La casa de los erizos es amplia. Y apretándonos un poquito, seguro que cabemos todos.